Cómo vencer a una octogenaria
Ser barbie nadadora
Mi amiga Teresa, que ya podría participar con soltura en unas olimpiadas, hace la friolera de veinte largos seguidos. Veinte largos que a mí, ajena todavía entonces al mundo de la piscina, me pillaban desconcertada. ¿Eso era mucho o poco? ¿Fácil o difícil? Tras escuchar cómo mis amigas compartían una rutina de natación, el fomo, la curiosidad y la posibilidad de encontrar una nueva personalidad a la que jugar al final de esa piscina, despertaron en mí el pequeño gran monstruo de barbie nadadora.
No tardé entonces en acudir a la piscina. Equipamiento completo, me zambullí con esa ingenua y delirante ilusión por lo nuevo. A mitad del carril miraba a los lados preguntándome cómo podría quedar recorrido, a la vuelta mi cuerpo pedía asfixiado un descanso y al cuarto (contamos la ida y vuelta como dos largos y de ahí no me van a sacar) me agarraba al bordillo de la piscina rindiéndome a la evidencia de que la octogenario señora del carril contiguo casi me dobla por la derecha. Pedí entonces mentalmente disculpas a mi amiga Isabel, de la que me había reído apenas dos semanas antes, por hacer seis escasos largos frente a la veintena de mi otra amiga, la estrella olímpica. Me quité las gafas, que ni siquiera me había puesto decentemente y estaban llenas de agua, y tuve que sufrir la ruidosa y altiva mirada de la dopada octogenaria que, tras chiquicientos largos, me sonreía disfrutando de mi inminente asfixia.
Al día siguiente, el agotamiento de mi cuerpo no pudo con mi herido orgullo, y conseguí, no sin enormes dificultades, batir mi propio récord y alcanzar los seis maravillosos largos (ida y vuelta valen dos). Confieso que el último tuve que recurrir a la técnica de mi abuela cuando no quería mojarse el moldeado recién salida de la peluquería. Una técnica brillante que me permitió mantener la compostura sin exceder mis posibilidades. Afortunadamente, la octogenaria no estaba ese día, es decir, ayer –recordemos que mi recorrido como nadadora profesional se reduce a dos días– y mis limitadas capacidades no sufrieron mayor agravio.
Hoy, tercer día de mi carrera en la piscina, me presento con renovadas ilusiones. El miedo es para los Cobardes. Ni siquiera pruebo el agua antes de zambullirme. El agua es mi casa. Logro hacer, no sin esfuerzo y absoluto compromiso, diez increíbles largos.
Salgo de la piscina y, mientras recobro un ritmo natural de respiración, la busco. ¿Dónde te has metido? ¿Acaso huelo tu miedo? Existo en ese momento ajena a cualquier recomendación de mi psicóloga acerca de mi ya conocido carácter obsesivo. Esto es diferente. El reto está claro, duelo a muerte a la octogenaria.


