Me ha escrito Laura para que le recomiende un libro. Poquitas cosas en la vida me hacen más ilusión que eso. Recomendar a alguien a quien quiero un libro. Abrirle las puertas a una historia que a mí me llevó a algún sitio, me removió, me atrapó.
Me he tomado en serio la tarea y pasado un buen rato visitando mi estantería. Esa tan cuidada en la que guardo mis historias favoritas. Pensando en ella, he creado una lista detallada, imaginado cual sería capaz de atraparla. No creo que sea consciente de la ilusión que me ha traído su mensaje. Que los libros la lleven a mí.
Vuelvo a entender que hay infinitas formas de querer y que decir, leéte este libro, me ha recordado a ti, te va a gustar, es de mis formas favoritas.
Me recuerdo un poco a mi madre y a mi abuela cuando le enseño un libro a alguien. Es una forma de cuidado y ellas son la imagen del cuidado en mi cabeza. Del querer más delicado y entregado. Tengo grabada la imagen de mi abuela regalando libros cada cumpleaños, prestando a cualquiera sus favoritos y leyéndome escenas que la habían cautivado.
Antes sufría por las esquinas dobladas y los libros desgastados. Que el tiempo no pueda tocarlos, pensaba. Supongo que he entendido que los libros como nuevos cuentan sólo una historia y los libros desgastados cuentan mil. La primera vez que lo leí, la vez que Laura lo hizo, cuando mamá lo cogió prestado o en la que Celia lo devoró. Es delito que un libro pase únicamente por unas manos. Que no se comparta y se pierda en la soledad.
Hoy guardo con menos celo mis libros y pienso en todas las mentes que aún les quedan por despertar. Que los años les marquen y muchas manos les cuiden.
Gratitud infinita a quienes me descubrieron leer.
Gracias Lau