Hay quienes tienen el ego frágil. Y parece esa la carta blanca para pasearse entre las vidas ajenas pisando todo lo que encuentran.
Yo tengo el ego frágil. Pequeño. Inseguridades varias. Pocos límites. Miedo a la insuficiencia. Todo lo que venga con él. Y me cuido mucho de no ir proyectando todos mis miedos en los demás, no hacerles responsables de que me tiemblen los pies. Cuando dicen que nuestras palabras hablan primero de nosotros mismos, es precisamente esto. Nos dejamos en evidencia, nos desnudamos sin darnos cuenta. Lo que dices habla primero de ti, de las partes más feas si te descuidas.
Hay quienes por su ego frágil y diminuto andan por el mundo quitando de los demás para rellenar lo suyo que falta. Como si su vacío fuera una justificación para llenarlo con cualquier cosa. Creen que su dolor les permite hacer daño. Se agarran a sus heridas y las hacen parte esencial de quienes van a ser. Las atan a ellos y dejan que estas guíen sus palabras. Entonces no hablan ellos, habla su dolor. Y en nombre del dolor, hieren.
Diré que también mis palabras estaban atravesadas por eso que me faltaba y buscaba en los demás. Y en el silencio de la soledad se me caían los cimientos. Sin nadie más que mirar que a una misma, me era imposible distraerme y huir de mi dolor. Y ahí no queda más remedio que responsabilizarse de él, de cuidarlo, tratarlo y dejar de entregárselo a los demás. Mirarlo y dejarlo ser.
Hay quienes nunca se han mirado suficiente por dentro y creen que pueden sobrevivir a una vida ajena a sentir el dolor propio. Huyendo de su historia, de sus tropiezos, fingiendo que se puede curar sin mirarlo.
Elegir la pausa, mirarse, pasear en soledad, hacerse preguntas, un esfuerzo por entenderse, evitar los ojos críticos, comprender que el odio y la rabia nacen de dentro, de lo que sentimos por uno mismo y no hemos sabido escuchar.
Las inseguridades son propias, no se curan con los ojos de los demás.
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